En estos días me di cuenta que cumplí dos años desde que viajé a Sevilla a cursar mis estudios de postgrado, pero más importante, ya fue hace un año que volví a Santo Domingo.
Durante mi estadía en la ciudad andaluza tuve la dicha de ser una persona muy alegre, que muy alegremente descubría día tras día lugares nuevos, aprendía datos históricos de la ciudad, me enamoraba de su gente y engordaba (no tanto) por su rica gastronomía. Para hacer el cuento más corto: Yo estaba muy feliz ahí. Se me llenaban los ojos con la belleza de la ciudad con cada paso que daba y nunca había estado tan a gusto de terminar el día con dolor en las piernas.
Así que como podrán imaginarse al llegar la hora de volvé casi un año más tarde, a pesar de las ganas de ver a mi familia y amigos, no estaba convencido que era el momento ideal para hacerlo. Estaba seguro de que no quería quedarme para siempre en Sevilla, pero pensaba que alargar mi estadía aunque sea por unos meses y seguir viviendo la aventura era lo correcto. Sin embargo, algo me decía que ya era tiempo, y así como si nada seguí mi instinto y volví.
Al hacerlo encontré una casa nueva, con muebles nuevos, patio nuevo y otras cosas que gracias a cualquier fuerza superior y/o divina siguen igual, como mi familia.
Al contrario de muchos de mis compañeros becados tuve la suerte de reinsertarme en el mundo laboral más rápido de lo usual. A la semana de mi regreso ya estaba "tirando copys" en mi antiguo trabajo, ahora un poco cambiado. Y al hacerlo me di cuenta de algo: Una mente ocupada evita mejor dos cosas, el ocio y la nostalgia. Y las campañas publicitarias son muy buenas para eso. Sin embargo solo podía evitar la nostalgia de 9:00am a 6:00pm, ya que ella trabaja 24/7 y sabe como meterse en el inconsciente. Así que me encontraba muchas veces buscando las razones por las que había vuelto, ¿Por qué no me quedé más tiempo? ¿Por qué no seguí el "sueño dominicano" de hacer una vida en el extranjero y "triunfar"? o simplemente ¿por qué no me quedé por quedarme?
No encontraba respuesta.
Y como era lógico, al no tenerla dentro de mí tuve que buscarla en otros lugares. Como en las clases de actuación para principiantes, inscribiéndome a aprender un nuevo idioma, acercándome a mi familia, entrando en concursos de creatividad que me recordaban porque me gusta tanto mi profesión, apuntándome en el gimnasio (Que pérdida de tiempo, señores algunas cosas simplemente no se forzan), yendo a incontables obras de teatro, caminando la zona, amando y odiando mi ciudad, el calor, viajando de nuevo al extranjero, escuchando música nueva, ganando la confianza de gente auténtica y talentosa, perdiéndome en libros página por página y acercándome a mi sueños poco a poco.
Durante un año hice todo eso para darle fondo a la frase que tiene forma del título de esta entrada. Antes de volver a Santo Domingo una amiga muy especial me la dijo, y aunque la entendí, no creo que hiciera tanto sentido para mí como lo hace ahora.
Hay que volver a la base para recargar, para cerrar etapas, para resumir, para resurgir, para encontrar paz, para alcanzar tu balance, para perdonarte los errores y reconocer tus decisiones. Una paloma mensajera puede enviar un mensaje a lugares muy lejanos, pero sólo puede volver con la respuesta desde donde fue enviada, es decir, desde casa. Así que mi mensaje para ti hoy es que si sientes que las cosas no están cuadrando, si tu intuición te dice que debes recargarte, descansar o transformarte, siempre puedes volver a tu base hasta que puedas encontrar el camino adecuado de nuevo.
Y esta base tiene la forma que tú quieras, puede ser un lugar, los brazos de una persona especial, un trabajo, un momento. Cuando sientas que debes volver y dejar todo, espero que lo hagas por las razones correctas, aunque como yo tengas que esperar un año para encontrarlas.